En palabras del Dr. David Frank, Profesor Asociado de Medicina en el Instituto de Cáncer Dana-Farber en Boston, MA: “En ciencia, si no comprendes el fondo básico, no puedes moverte a aplicaciones avanzadas”. Y aunque el proceso de aplicar ideas, perspectivas y descubrimientos generados en el laboratorio es el fin deseado de la investigación en medicina, es decir llevar el descubrimiento a la “traslación”, también es cierto que la investigación básica debe ser apoyada y continuar realizándose, independientemente de que no tenga una aplicación inmediata obvia, ya que es imposible predecir de donde llegarán los nuevos conocimientos que lleven a avances en la clínica.
Como ejemplo de lo anterior, es importante recordar que la DNA polimerasa se describió por primera vez en un microorganismo termofílico: Thermus aquaticus [1]. En aquel momento, ese reporte no tenía aplicación médica o económica, pero fue fundamental para el desarrollo de la reacción en cadena de la polimerasa, procedimiento de elección actual en la práctica médica. Otro ejemplo de cómo la respuesta a preguntas fundamentales ha llevado a aplicaciones médicas, son los estudios en el metabolismo de los hongos, particularmente del Penicillium citrinum [2], que llevaron al aislamiento de la mevastatina (la primera estatina). Un tributo más a la curiosidad pura que impulsa a la investigación básica es el expresado por Carol Greider, tras haber sido reconocida junto con Elizabeth Blackburn y Jack Szostak con el premio Nobel en 2009, por su innovador trabajo sobre los telómeros: … “No sabíamos entonces que hubiera implicaciones particulares en enfermedades. Sólo estábamos interesados en las preguntas fundamentales…” [3]. La pregunta estaba dirigida a resolver la participación de la enzima transferasa en la elongación de los telómeros en extractos celulares del protozoario ciliado Tetrahymena sp. [4]. Como se ha demostrado, estos estudios han sido fundamentales en el avance del tratamiento contra el cáncer.
Un último ejemplo: en el año 2000, Francisco Mojica de la Universidad de Alicante, describió secuencias palindrómicas repetidas en el genoma de arqueas y su papel en los mecanismos de inmunidad de las células procariotas. Llamó a estas repeticiones “Clustered Regularly Interspaced Short Palindromic Repeats (CRISPR)” y predijo que esto sería una locura en biología [5]. Lo ha sido, ya que la tecnología CRISPR-Cas9, reportada por Emmanuelle Charpentier y Jennifer Doudna está siendo aplicada en ciencia básica, agricultura y en ensayos clínicos para tratar enfermedades hereditarias como la β-talasemia [6]. El mecanismo inmune microbiano (CRISPR) se ha transformado en una herramienta que edita fácilmente genomas con alta precisión y por éste hallazgo, ambas científicas recibieron el premio Nobel de Química en 2020. De nuevo, es difícil olvidar que esta poderosa tecnología derivó de la inquietud por conocer y estudiar procesos fundamentales en organismos aparentemente sencillos. Finalmente, un texto de Marie Curie que hace referencia a este tema: “…el trabajo científico debe hacerse por la belleza de la ciencia; siempre existe la posibilidad de que el descubrimiento científico, se convierta como el radio, en un beneficio para la humanidad”.
Bibliografía:
https://pubmed.ncbi.nlm.nih.gov/889862/